Antes de que existieran las cámaras fotográficas los astrónomos, se las tenían que ingeniar con dibujos y anotaciones a mano para guardar lo que veían a través de sus telescopios. Era un trabajo meticuloso y, muchas veces, subjetivo. Pero todo dio un giro cuando apareció la fotografía. En 1840, John William Draper hizo historia al conseguir la primera imagen de la Luna. Ese momento marcó el inicio de una nueva etapa en la astronomía en la que el cielo dejó de ser solo observado para empezar a ser capturado con detalles nunca vistos hasta el momento.
Antes de la llegada de la fotografía, la astronomía dependía casi exclusivamente de la observación visual. Los astrónomos utilizaban telescopios para observar el cielo, registrar sus hallazgos en cuadernos y realizar dibujos a mano de los objetos que descubrían. Sin embargo, estas representaciones eran limitadas no solo por la capacidad de los instrumentos, sino también por la naturaleza subjetiva de la interpretación visual. Los telescopios de los siglos XVI y XVII eran capaces de capturar detalles de planetas y lunas cercanas, pero eran insuficientes para observar objetos distantes con el nivel de detalle necesario.
Llegados a la segunda mitad del siglo XIX, la fotografía comenzó a mostrar su potencial para capturar imágenes de manera más precisa y duradera. A medida que la fotografía avanzaba en otros campos surgió la posibilidad de aplicar esta nueva tecnología a la astronomía, lo que significaba que las observaciones ya no tendrían que depender únicamente de las habilidades de un observador para ser interpretadas, sino que podrían ser capturadas con una precisión mucho mayor y con un nivel de detalle antes inimaginable.

Es importante señalar que más concretamente estaríamos hablando de los daguerrotipos. El daguerrotipo fue uno de los primeros procesos fotográficos comerciales y uno de los más importantes en el desarrollo de la fotografía astronómica. Inventado por Louis Daguerre en 1839, este método revolucionó la captura de imágenes, ya que utilizaba una placa de cobre recubierta con una capa de plata sensible a la luz que luego revelaba la imagen con vapor de mercurio. La exposición a la luz transformaba las áreas de la placa creando una imagen única y detallada. Este proceso se utilizó en los primeros intentos de fotografía astronómica porque permitía capturar imágenes fijas con una claridad superior a la de los dibujos a mano. A pesar de sus limitaciones, como la dificultad para reproducir la imagen y el largo tiempo de exposición, el daguerrotipo fue clave a la hora de dar este salto cualitativo y cuantitativo en los estudios astronómicos.
Existe una versión sobre un primer intento de fotografía astronómica que atribuye a Louis Daguerre la captura de la primera imagen de la Luna el 2 de enero de 1839 en territorio francés, aunque parece que los problemas en el seguimiento del telescopio durante el largo periodo de exposición dieron como resultado una imagen difusa y carente de nitidez. De todas formas, este supuesto primer intento, de ser cierto, se perdería irremediablemente dos meses después cuando un incendio devastó el laboratorio de Daguerre. Por lo tanto, se considera de forma generalizada que fue John William Draper quien consiguió la primera astrofotografía de la historia.
John William Draper nació en 1811 en St. Helens, Inglaterra. En 1832 emigró a Estados Unidos y allí se convirtió en una figura destacada en la ciencia estadounidense siendo profesor de química en la Universidad de Nueva York. Además de sus contribuciones en fisiología y química, Draper mostró un gran interés por la fotografía, una disciplina que estaba emergiendo en esos años gracias a los trabajos pioneros del ya nombrado Louis Daguerre y de William Henry Fox Talbot (inventor del calotipo).
Draper fue de los primeros científicos en Estados Unidos que se animó a experimentar con esta nueva tecnología. Desde el principio vio que podía servir para mucho más que para retratos o paisajes y lo tuvo claro: quería capturar el cielo. Comprendió que intentar fotografiar una estrella u otro objeto celeste tenue sería imposible con la sensibilidad de los materiales disponibles. Por eso eligió un cuerpo brillante y prominente en el cielo nocturno: la Luna. La Luna no solo era visible con claridad a simple vista, sino que ofrecía un excelente contraste de luces y sombras y la hacía ideal para los primeros experimentos fotográficos.
Para ello, Draper diseñó un montaje que integraba un telescopio con una cámara de daguerrotipo. Aunque algunos informes mencionan un reflector de 5 pulgadas, las fuentes más precisas indican que usó un telescopio reflector de 13 pulgadas (unos 33 cm de apertura), una hazaña en sí misma dado el tamaño y peso del equipo necesario para sostener y alinear tal instrumento en la época.
El proceso fotográfico que Draper utilizó consistía en una placa de cobre recubierta con una fina capa de plata pulida y sensibilizada con vapores de yodo que generaba una superficie reactiva a la luz: el yoduro de plata. Esta placa debía exponerse a la luz durante un tiempo prolongado dependiendo de la intensidad de la fuente luminosa. En el caso de la Luna, Draper necesitó una exposición de aproximadamente 20 minutos. Durante ese tiempo, mantuvo alineado el telescopio de manera manual, ya que no existían aún sistemas automáticos de seguimiento. Cualquier movimiento, vibración o inestabilidad podía arruinar la imagen. Tras finalizar la exposición, la imagen latente se revelaba con vapores de mercurio calentado y luego se fijaba con una solución de hiposulfito de sodio siguiendo el método desarrollado por sir John Herschel, pionero en el estudio de la fotografía e hijo del astrónomo William Herschel. El resultado fue una imagen circular de unos pocos centímetros de diámetro que mostraba claramente el disco lunar. Aunque la resolución era limitada, la silueta del satélite y algunos detalles de su superficie eran reconocibles.

Este daguerrotipo, hoy considerado perdido, fue ampliamente comentado en círculos científicos de la época y generó una oleada de entusiasmo por las aplicaciones científicas de la fotografía. Aunque Draper no podía prever en su momento el alcance de su logro, sentó las bases para una revolución en la metodología astronómica.
Hay que decir que el mayor obstáculo para la fotografía astronómica en sus primeras etapas fue la sensibilidad limitada de las placas fotográficas. Las emulsiones fotográficas de la época requerían tiempos de exposición extremadamente largos para capturar la débil luz de las estrellas y los objetos celestes. Las cámaras, además, no estaban diseñadas para las exigencias de la astronomía: los telescopios de la época, aunque poderosos, tenían dificultades para capturar imágenes estables durante largos periodos debido a las vibraciones y el movimiento de la atmósfera.
Otro desafío importante era la calibración de la cámara para asegurarse de que las imágenes capturadas fueran precisas y claras. A medida que los astrónomos comenzaban a usar la fotografía para estudiar los cielos, se dieron cuenta de que no solo debían lidiar con los aspectos técnicos de las cámaras, sino también con las características propias de los objetos astronómicos. Las estrellas y otras entidades celestes no se comportaban de la misma manera que los objetos en la Tierra, lo que requería nuevos enfoques y técnicas para obtener imágenes útiles.
El impacto de la fotografía en la astronomía fue profundo, abriendo la puerta a un enfoque más cuantitativo y objetivo. Así, la capacidad de capturar imágenes permanentes permitió a los astrónomos realizar comparaciones a lo largo del tiempo, lo que hizo posible estudiar, por ejemplo, las variaciones en las estrellas variables, el movimiento de los planetas y la evolución de las nebulosas. Esto, a su vez, proporcionó nuevos datos sobre la estructura y la dinámica del universo. Uno de los avances más importantes fue la creación de mapas estelares más precisos, ya que las imágenes fotográficas podían capturar la posición exacta de las estrellas y otros objetos celestes, lo que permitió construir un modelo más detallado de la distribución estelar en el cielo y llevar a cabo investigaciones más profundas sobre la estructura de la Vía Láctea.

Las imágenes de las primeras placas fotográficas fueron solo el principio de una evolución tecnológica que llevaría a la creación de telescopios espaciales y cámaras de alta resolución, como el famosísimo Telescopio Espacial Hubble o el sorprendente James Webb. Hoy en día, las imágenes capturadas por satélites y telescopios avanzados siguen proporcionando una visión cada vez más detallada del universo, permitiéndonos observar eventos astronómicos que ocurren a miles de millones de años luz de distancia.